domingo, febrero 05, 2012

Elogio a la hospitalidad



Evangelio en la calle

  
Vivimos rodeados de buena gente que no pierden ocasión para hacer el bien en las diferentes formas de acogida y hospitalidad que se nos presentan en la vida.

Recuerdo las comidas que algunos matrimonios nos hacen tan cariñosamente en sus casas a muchos de sus amigos y cómo, lejos de todo protocolo, disfrutan viendo la mesa llena de comensales que comparten conversación y amistad. En estos encuentros prevalece la relación cordial y la buena armonía sobre otras muchas cosas.

     Recuerdo también la llegada de amigos y amigas para visitar la ciudad y para pasar unos días de descanso: la mejor habitación es para los forasteros, el plan de visitas a los monumentos y calles está perfectamente planteado, la sencilla comida se planifica y realiza a su tiempo y… diplomacias, ninguna. El recibimiento, la compañía durante toda la estancia y la despedida nunca pueden faltar.

       ¿Y qué puedo decir de los abuelos y abuelas que hacen comida para los hijos y familia que se encuentran parados y todos los días los tienen de invitados o se llevan la comida a sus domicilios? “Mientras yo viva y tenga la paguilla, a los nietos no les va a faltar un plato de comida”, me decía la abuela con satisfacción y rabia por la falta de trabajo.

     La tradición más genuinamente cristiana y la hospitalidad se dan la mano. Veamos Mateo 10, 40-42: El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y quien me recibe a mí recibe a quien me ha enviado… El que dé de beber a uno de estos pequeñuelos tan sólo un vaso de agua fresca porque es mi discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa”. Veamos también Hebreos 13, 1-2: “Perseverad en el amor fraterno. No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles”.

Hospedar al otro es acoger a los ángeles y al mismo Cristo. ¡Qué grande es la hospitalidad! Por eso, se recomienda continuamente a los seguidores del Evangelio (Romanos 12,13 y 1ª Pedro 4,9).

¡Y qué grandes somos cuando acogemos y qué ridículos cuando…!


Antonio Hernández Carrillo
¡TU! numero 135

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