Evangelio en la calle.
En estas fechas pasadas se ha dado en Granada un suceso que, por desgracia, se está repitiendo con frecuencia en nuestras ciudades y pueblos. Me refiero al traslado clandestino de inmigrantes llegados en pateras a nuestras costas y que, una vez que pisan tierra y son “fichados”, las autoridades los suben en un autobús y los “sueltan” en cualquier sitio y… a deshora. En la ocasión a la que me refiero, fueron abandonados a su suerte en las cercanías de la estación de autobuses (mintiéndoles sobre una ONG que se haría cargo de ellos).
Los mandamases se enteraron tarde y algunos de ellos se pusieron a discutir en la prensa sobre los responsables de tal abandono pero no se interesaron por la situación en la que podía encontrarse aquel nutrido grupo de africanos totalmente perdidos y con solo un documento en su haber en el que se leía: nombre, apellido y orden de devolución a su país, es decir, irregular-ilegal.
Providencialmente una comunidad de misioneros combonianos se enteraron del abandono tan inhumano de estos hermanos y ofrecieron alojamiento en su casa a los diecinueve que estaban perdidos en los alrededores de la estación. Estos religiosos tuvieron inmediatamente ayuda de sus amigos y comunidades cercanas para que los emigrantes tuvieran la estancia digna que les corresponde como hijos de Dios.
Ahora nos toca a cada uno hacer nuestra reflexión y compromiso ante tal o parecidos hechos. ¡Cuántas y cuántas situaciones parecidas conocemos y vivimos todos! Yo en esos días leía, y me venía como anillo al dedo, que la fe cristiana es “un TODO que se puede expresar en la palabra COMUNIÓN y que nuestro papel es no resistir al tratamiento que Dios nos propone como remedio para nuestros males individuales y colectivos” (Cuaderno 10. Amor de Comunión. G. Rovirosa. Ediciones HOAC pág. 15), unía ese Amor de Comunión con los emigrantes tirados en la calle y me decía: No puede ser de otra manera: El Evangelio está en la calle y en la estación de autobuses.
¡No nos resistamos al Amor de Comunión!
.Los mandamases se enteraron tarde y algunos de ellos se pusieron a discutir en la prensa sobre los responsables de tal abandono pero no se interesaron por la situación en la que podía encontrarse aquel nutrido grupo de africanos totalmente perdidos y con solo un documento en su haber en el que se leía: nombre, apellido y orden de devolución a su país, es decir, irregular-ilegal.
Providencialmente una comunidad de misioneros combonianos se enteraron del abandono tan inhumano de estos hermanos y ofrecieron alojamiento en su casa a los diecinueve que estaban perdidos en los alrededores de la estación. Estos religiosos tuvieron inmediatamente ayuda de sus amigos y comunidades cercanas para que los emigrantes tuvieran la estancia digna que les corresponde como hijos de Dios.
Ahora nos toca a cada uno hacer nuestra reflexión y compromiso ante tal o parecidos hechos. ¡Cuántas y cuántas situaciones parecidas conocemos y vivimos todos! Yo en esos días leía, y me venía como anillo al dedo, que la fe cristiana es “un TODO que se puede expresar en la palabra COMUNIÓN y que nuestro papel es no resistir al tratamiento que Dios nos propone como remedio para nuestros males individuales y colectivos” (Cuaderno 10. Amor de Comunión. G. Rovirosa. Ediciones HOAC pág. 15), unía ese Amor de Comunión con los emigrantes tirados en la calle y me decía: No puede ser de otra manera: El Evangelio está en la calle y en la estación de autobuses.
¡No nos resistamos al Amor de Comunión!
Antonio Hernández-Carrillo
"TU" número 183
"TU" número 183
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