Evangelio en la calle
“Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen”
(Lucas 23, 34).
“Te aseguro que hoy estarás conmigo en el
paraíso
(Lucas 23, 43).
“Mujer, ahí tienes a tu hijo…Ahí tienes a tu
madre”
(Juan 19, 26-27).
“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has
abandonado? (Marcos 15, 34).
“Tengo sed” (Juan 19, 28).
“Todo está cumplido” (Juan 19, 30).
“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”
(Lucas 23, 46).
Estas siete
frases, que los evangelistas ponen en boca de Jesucristo, son conocidas por las siete palabras. Fueron pronunciadas
desde la cruz poco antes de morir, contienen todo lo más humano que brota del corazón de Dios y encierran perdón,
gracia, cercanía, angustia, esperanza, entrega… Los últimos momentos de Jesús condensaron
todo lo que había sido su vida para morir como vivió.
Cada una de
ellas y las siete en su conjunto poseen la fuerza suficiente como para salir a
la calle y proclamad a los cuatro vientos que su mensaje no se puede reducir a
unos cuantos ritos sagrados de unas cuantas o muchas personas piadosas y
anuncian una humanidad nueva en
donde las relaciones nunca sean de odio, explotación o lejanía, sino de
entendimiento, fraternidad y comprensión. Nos llevan a la centralidad del
mensaje cristiano: entrega de la propia
vida con amor, para que no nos quedemos en el puro sentimentalismo del
sermón evasivo, de las velas rutinarias y de los inciensos perfumados.
Las palabras
de Jesús pueden ser oídas como un grito desgarrado ante las injusticias de este
mundo: hambre, miseria, paro, sueldos indecentes y políticos que se venden al
poder del dinero y son, y esto es lo principal, una propuesta de liberación
para los pobres desde la voz del justo ajusticiado injustamente.
Nosotros somos hoy los que
estamos al pie de la cruz para recibir y aceptar de Cristo esas siete
palabras que nos transforman en discípulos. De eso se trata y para eso se
pronunciaron y escribieron. Tenemos la palabra.
Antonio Hernández Carrillo
¡TU! numero 129
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