Evangelio en la calle
“A
los que crean les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre,
hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes con sus manos y, aunque beban
veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se
curarán” (Marcos 16, 17-18).
Estas palabras, puestas en boca de
Jesucristo, se sitúan al final de Evangelio. Constituyen la última aparición y
el envío a los once para anunciar la Buena Noticia después de echarles en cara su terquedad
e incredulidad. En este momento es cuando les pide que les acompañen estas
señales.
No cabe duda de que sean signos de vida y liberación, propios de
aquella cultura, que exigen que el que anuncie algo debe vivir lo anunciado.
Pero ¿cómo traducimos estos signos
para que el Evangelio sea hoy Evangelio en la calle?
Desde luego que expulsar demonios,
hablar lenguas nuevas, agarrar serpientes, beber veneno sin atentar contra la
salud o curar enfermos no está en nuestras manos, pero sí está luchar contra la diabólica explotación,
acoger como hermanos a los que hablan otra lengua, frenar la maldad o dar
aliento a los que lo han perdido.
¿Acaso no es un signo de Resurrección que un miembro de la comunidad cristiana
aporte una cuota mensual de su pequeña pensión a una asociación de parados? ¿O aquella otra madre que está
teniendo problemas con su propia familia porque quiere rebajarles en tren de
vida para aportar una cantidad respetable a CARITAS? ¿Y qué decir del enfermo
que visita a otros muchos olvidándose de su dolencia? El pensionista, la madre y el enfermo visitador, ellos mismos,
forman parte de los verdaderos creyentes y siguen escuchando la voz del
Evangelio. Son las señales de la presencia de Cristo Resucitado. En ellos se
sigue comprobando que gentes, sin intereses económicos u otros intereses
bastardos, luchan por una humanidad resucitada y resucitadora.
En ellos está la fuerza del Evangelio.
Y tú… ¿qué?
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