Evangelio en la calle
La gran tentación de los cristianos es confiar demasiado en nosotros mismos y dejar de confiar en Dios. Con otras palabras: nuestro pecado consiste en abandonar el seguimiento de Cristo cuando llega el momento de la prueba.
Estoy haciendo alusión indirectamente a los acontecimientos del Huerto de los Olivos cuando Jesús dice a Pedro: “Velad y orad para que no caigáis en la tentación” (Mateo 14,38). Esta escena y frase la recogen también Marcos y Lucas. Sin duda ninguna, en este contexto de Getsemaní, la tentación está en dar marcha atrás para no “hacer frente a la prueba”. De ahí que el Maestro pide a los discípulos que se centren en lo que él está haciendo: orar. Y entonces la oración es fuerza de lo alto, confianza ilimitada en el Padre, respuesta contundente ante el sufrimiento y la agresión, búsqueda de la voluntad de Dios…y se convierte en algo profundamente humano y divino. ¡Qué torpes somos cuando en las encrucijadas de la vida no echamos mano de ella!
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Todas las tentaciones van con nosotros cuando no reaccionamos en los avatares de nuestra pequeña historia y no creemos superiores o nos cruzamos de brazos ante la injusticia o creemos que la sinrazón no tiene arreglo o desconfiamos de Dios o utilizamos a las personas…
La relación estrecha con Dios (eso es orar) es, sin duda, la fuerza para no caer en la tentación. A más oración más caminamos hacia la fuente de toda justicia y verdad y mayor capacidad tenemos ante la prueba.
Por eso, puede decir Guillermo Rovirosa con toda claridad: “El antídoto de la traición es la oración. Bien lo sé. Pero no basta con saber, si no se práctica”. (Tomo I. Obras Completas pág. 556) y, por eso mismo, nos decía Tomás Malagón (hace muchos años en unos Ejercicios Espirituales a los Consiliarios de la HOAC después de explicarnos las consecuencias benéficas de la oración) que es la primera obligación del cristiano.
¡El mundo del trabajo y todos necesitamos muchos y buenos orantes! ¡Otro gallo cantaría!
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