En una editorial anterior1 nos referíamos a la situación de las personas refugiadas que llegan o intentan llegar a Europa y planteábamos que el desgobierno y la indiferencia estaban agravando dramáticamente la vida de millones de personas. Desde entonces la situación se ha hecho más escandalosa.
Por ello adquieren más fuerza unas palabras –que compartimos– publicadas por Cristianisme i Justicia hace unos meses: «Tenemos que considerar literalmente como criminales aquellas políticas de “seguridad” que tiendan a blindar fronteras y a levantar muros. Es el momento de la solidaridad activa, de la búsqueda conjunta de soluciones, y en esto las opiniones públicas de los países potencialmente acogedores tenemos que ser mucho más conscientes, claras e insistentes ante nuestras autoridades»2.
El papa Francisco nos recuerda que «todos los días… las historias dramáticas de millones de hombres y mujeres interpelan a la comunidad internacional, ante la aparición de inaceptables crisis humanitarias en muchas zonas del mundo. La indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuando vemos como espectadores a los muertos… Sea de grandes o pequeñas dimensiones, siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea solo una vida»3. Por eso, insiste repetidamente en la necesidad de «romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo» (Misericordiae vultus, 15).
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