Evangelio en la calle
La alegría brota, cuando en contacto
con las profundidades de la vida, nos dejamos liberar de la tristeza, vacío
interior y aislamiento y buscamos afanosamente la belleza, la justicia y la
verdad. Esa misma búsqueda adquiere nuevos horizontes en el encuentro con Jesucristo,
empeñado y encarnado en la liberación de los pobres. El libro de los
Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad “tomaban el alimento con alegría”
(2,46), que por donde los discípulos pasaban, había “una gran alegría” (8,8), que
ellos, en medio de la persecución, “se
llenaban de gozo” (13,52). Narra
también que un eunuco, apenas
bautizado, “siguió gozoso su camino” (8,39) y que el carcelero “se alegró con toda su
familia por haber creído en Dios» (16,34).
Nuestras penas aparecen cuando somos cómplices
en el consumo de tanta oferta que nos introduce en el individualismo que sale
de un corazón cómodo y avaro. Nuestras tristezas se muestran cuando nos encerramos
en nuestros propios intereses sin dejar espacio a las necesidades de los más
humildes y sin palpitar por el
entusiasmo de hacer el bien. ¡Qué pena
damos cuando estamos quejosos, resentidos, sin vida!
A veces, la tristeza acude a nuestro
corazón por otras causas: la enfermedad nuestra o del amigo o familiar, el
despido del trabajo de un compañero, el fracaso de una protesta justa… razones
totalmente humanas. Y qué bien hacen aquellas y aquellos que poco a poco van
convirtiendo esas situaciones en posibilidades de buscar el bien, luchar por
una sociedad justa y serenar el ánimo: “convertir la calle en el Evangelio de la
alegría”. De eso se trata. ¡Cuántas personas conocemos así! Dios nos ha
dado capacidad a nosotros mismos para
convertir las penas en alegrías.
En esa dirección van estas palabras
que pone el Evangelio de Juan en boca de Jesús en momentos de dolor y duelo: “Os he dicho estas cosas para que mi alegría
esté en vosotros, y vuestra alegría sea
plena (15,11). “Estaréis tristes, pero vuestra
tristeza se convertirá en alegría” (16,20).
Convertir las penas en alegrías: ¡Qué
gran camino!
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