Evangelio en la calle
Pasión por la vida es pasión por Jesucristo (Juan 14, 6) y pasión por Jesucristo es pasión por los que lo pasan mal (tuve hambre, sed, fui extranjero, estuve enfermo y en la cárcel… Mateo 25, 31-46). Este círculo: Cristo, vida y pobres envuelve la existencia cristiana de forma total, de tal manera que cualquiera de las tres referencias inevitablemente lleva a la otra. Quiere decir que quien tiene pasión por Jesucristo, la tiene por la vida y por los que lo pasan mal. No puede ser de otra manera, gracias a Dios. Y si no fuera así, algo estaría fallando o no funcionaría bien.
¡Cuántos cristianos conocemos con esa triple pasión!
Para poseerla no es preciso tener buena salud, ni, por supuesto, hace falta dinero, ni un buen tipo, ni siquiera muchos estudios. Incluso puede que estas cosas estorben y puede que hasta la mayor debilidad sea la mejor fuente de pasión y lucha por la vida. Me viene a la cabeza aquella expresión de 2ª Corintios 12, 10: “Me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte”.
Más todavía. La pasión por la vida tiene unos horizontes tan amplios que rompe todas las fronteras de esta vida y alcanza una dimensión insospechada: la vida eterna. “Porque el agua que yo quiero dar se convertirá en su interior en un manantial que surge hasta la vida eterna” (Juan 4, 14), se pone en boca de Jesús.
Vivir, vivir para los demás, dar la vida como Jesús, el Cristo (Juan 10, 10) era y es la pasión de nuestra querida María Antonia y de tantos y tantos militantes cristianos de ahora y de siempre.
“Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Marcos 12, 27), dijo también Jesús de Nazaret.
“Te doy gracias, Señor del cielo y de la tierra, porque estas cosas se las has escondido a los sabios entendidos y se las revelado a los sencillos" (Mateo 11, 25).
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