Evangelio en la calle
Es obligado que empiece esta reflexión haciendo alusión al librito que acaba de publicar EDICIONES HOAC con el título “Evangelio en la calle”: Es fruto de la recopilación y ordenación de una parte importante de las reflexiones realizadas a lo largo de unos cuantos años en esta sección del TÚ.
Y es obligado también que comience, una vez publicado, haciendo referencia al último capítulo del librito: “Llegamos al final”. ¿Por qué? Sencillamente porque el “Evangelio en la calle” nunca puede tener fin. En ese mismo artículo doy las razones, que ahora voy a resumir y adaptar.
El Evangelio no encuentra nunca su final y más todavía cuando “se hace calle” y entonces se convierte en un pozo inagotable de sabiduría, una propuesta permanente de liberación y una escuela de valores siempre humanitarios.
Por otra parte, reafirmo la gran intuición que supone que “el Evangelio en la calle” ponga las cosas en su sitio, porque es en la calle donde está vivo el Evangelio convirtiéndose en agua abundante, en luz infinita y en gran tesoro para ella, para la plaza y para el mundo: para todos aquellos momentos y lugares donde se fragua la vida y, por desgracia, la muerte.
Tres frases que el Evangelio pone en boca de Jesucristo vienen como anillo al dedo: “El agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial del que surge la vida eterna” (Juan 4, 13). “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte” (Mateo 5, 14). “Todo maestro de la ley que se ha hecho discípulo del reino de los cielos, es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas” (Mateo 13, 52).
Es que el Evangelio es agua para el sediento, luz para el caminante y novedad para el que busca.
¡Ojalá que nosotros mismos este año y siempre seamos Evangelio en la calle!
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