«EMIGRANTES Y REFUGIADOS:
HACIA UN MUNDO MEJOR»
1. Cien años al servicio de las migraciones-
En el año 1914,
durante el pontificado de Benedicto XV, se celebraba la primera Jornada Mundial
de Migraciones. El papa Francisco, al igual que sus predecesores, nos alumbra y
estimula para la Jornada de este año 2014, que hace el número cien, con un
mensaje de aliento y de esperanza titulado: «Emigrantes y refugiados: hacia
un mundo mejor».
En España hemos
querido resaltar dicha efemérides y el servicio que ha prestado y sigue
prestando al respecto nuestra Iglesia con la frase: «Con los emigrantes y
refugiados: hacia un mundo mejor». Con ellos y al servicio de ellos ha
estado nuestra Iglesia durante estos cien años. Y con ellos queremos seguir
estando, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias,
acogiendo sus dones, ofreciéndoles el amor y el dinamismo liberador que nacen
de Jesucristo y de su Evangelio.
El papa Francisco
va delante y nos estimula en nuestro empeño no solo con sus luminosas
palabras, sino con el testimonio de su vida. Fue muy significativo que una de
sus primeras salidas del Vaticano fuera para visitar la isla de Lampedusa,
ese lugar que es el icono más expresivo de la reiterada tragedia de tantos
emigrantes que dejan su vida en el mar o en los caminos. A la vez que elevaba
su oración por los fallecidos, quiso, con su palabra y sus gestos, tan
significativos, sacudir la conciencia de Europa y de toda la humanidad.
Las costas
del sur de España saben también de esas tragedias, como lo saben el
desierto del Sahara, Arizona y tantos otros lugares donde van quedando
enterradas tantas esperanzas, las esperanzas de los más pobres y sus luchas por
la supervivencia. No es extraño que la compasión y la misericordia se
convierta, con frecuencia, en gritos de indignación y vergüenza ante tales
tragedias. En un mundo rico, que se defiende impidiendo la entrada de los
pobres, se necesitan, más que las "vallas", la solidaridad, la
acogida, la fraternidad y la comprensión.
«Emigrantes y
refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños,
mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por
muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener,
pero sobre todo de ser "algo más"».
2. La emigración,
realidad global y dinámica.
La
transformación de nuestra tierra en la "aldea global" tendría que ser
la manifestación más elocuente del avance de los pueblos en camino para
constituir, más allá de sus múltiples identidades y riquezas culturales, la
gran familia de los hijos de Dios: «Todos unidos formando un solo pueblo, el
pueblo que en la Pascua nació», dice la canción. Pero para ello nuestro mundo
tendría que estructurarse en claves de solidaridad y de bien común.
La lógica
egoísta del interés tendría que ir dejando paso a la lógica de la comunión y
del don. Sin embargo, las cosas no discurren así. A los inmigrantes les
abrimos las puertas cuando los necesitamos y se las cerramos cuando su
presencia choca con nuestros intereses. Da la impresión de que incluso en la
Unión Europea, la adelantada de los derechos humanos, las políticas migratorias
ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y
seguridad cada vez más duras y costosas. Las vallas cortantes, que en otros
gobiernos fue ron presentadas como elementos disuasorios para la inmigración
ilegal, han vuelto a estar de actualidad. En este mundo de la
globalización, ¿caeremos en «la globalización de la indiferencia» , como dijo
el papa en Lampedusa?
No estamos por
una inmigración incontrolada. Pero las solas medidas de control no están
dando resultados. Como decía un inmigrante rescatado de las aguas, «el
hambre no conoce fronteras». Sabemos que la solución al fenómeno migratorio es
muy compleja. Permítasenos abogar por las medidas más generosas posibles y,
sobre todo, por un compromiso de los países desarrollados en favor de los
países pobres, con los que, en no pocos casos, ha habido vínculos históricos
fuertes.
3. Las
migraciones y las nuevas formas de esclavitud.
Es un hecho
evidente la relación de la emigración con la pobreza en sus múltiples
manifestaciones. El santo padre, al hacerse eco de esta realidad, manifiesta la
relación con las nuevas formas de esclavitud humana, que empujan especialmente
a mujeres y niños a la prostitución y al trabajo ilegal. La emigración
no tendría por qué discurrir en ningún caso por estos derroteros, pero la
pobreza y los engaños de quienes aprovechan la pobreza para traficar con las
personas son hoy, como dice el papa, «moneda corriente». Es este otro frente
ante el que ha de sensibilizarse la sociedad.
Nuestra
Iglesia, presente en este campo mediante diversas congregaciones religiosas y
otras instituciones, como Cáritas, Justicia y Paz , etc., reitera la denuncia
de esta indigna explotación de las personas e invita a sus fieles y a sus
organizaciones a seguir trabajando en este empeño y denunciando estas
lamentables situaciones. Publicaciones como la reciente guía pedagógica para la
educación y prevención de esta esclavitud el siglo XXI que es la prostitución
pueden ser un buen medio para sensibilizar y prevenir.
4. Del recelo a
la acogida.
Se ha avanzado
mucho en las actitudes de los ciudadanos ante la inmigración. Cada vez son más
numerosas las personas conscientes de la aportación que los inmigrantes han
supuesto y siguen suponiendo para nuestro país. Bastaría fijarse en quiénes
son los cuidadores de muchos de nuestros ancianos. Sin embargo, en situaciones
como la actual, de un paro tan fuerte, no es raro que haya ciudadanos que vean
a los inmigrantes como un problema, «los que nos quitan el trabajo», y que ello
pueda dar lugar a que afloren actitudes racistas o xenófobas. La misma
denominación de "ilegales" no favorece una actitud positiva hacia los
inmigrantes.
La Doctrina
Social de la Iglesia, que nos recuerda los múltiples rostros de la emigración,
refugiados, familias, menores, nos invita a ir más allá de una visión puramente
economicista de la persona humana.
«Se necesita
-en palabras del papa-, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de
desinterés o de marginación -que, al final, corresponde a la "cultura del
rechazo"- a una actitud que ponga como fundamento la "cultura del
encuentro", la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno,
un mundo mejor»
5. La
emigración, ocasión para la nueva evangelización.
«Las migraciones -dice el papa Francisco-, pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera».
Este año, de
nuevo, un buen número de agentes pastorales, religiosos y obispos pudimos hacer
una "Peregrinación entre las dos orillas del Estrecho". En
Marruecos pudimos comprobar el ejemplar trabajo de la Iglesia con muchos de los
hermanos migrantes que sueñan con venir a España a pesar de nuestra crisis. El
testimonio de estas Iglesias fortalece nuestros empeños y nuestras esperanzas
para -como quiere el papa- «ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el
refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una
hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la
Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más
justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y
una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio».
Lo mejor que
puede ofrecer nuestra Iglesia a los hombres es Jesucristo y su Evangelio. En
unas ocasiones lo hará con un lenguaje explícito. En otras, tendrá que dejar que hable el amor, que, cuando es verdadero, habla siempre de Dios,
y, por eso, es evangelizador. El plan de Dios para la humanidad es un plan de comunión. De seamos que
palabras como integración o comunión no sean unas palabras más.
Ofrecemos, por
eso, algunas sugerencias para avanzar por este surco prometedor.
6. Vías de
comunión
- Que nuestras
parroquias procuren la existencia de grupos interculturales para que el
que viene de fuera pueda ser acompañado respetuosamente en su proceso de
adaptación, primero, y de comunión e integración, después. Una comunidad identificada
con Cristo, misionera y creativa, no excluye a nadie; es más cercana a los que
tienen más difícil la integración. Los espacios comunes como la escuela, el
barrio o las asociaciones son unos ámbitos cotidianos que ningún cristiano debe
desaprovechar.
- El ámbito
parroquial, el de la vida religiosa, el de los movimientos y cofradías son
ámbitos muy adecuados para la acogida de personas -incluso dentro de sus
propios espacios- y para la integración armónica no solo de expresiones
devocionales nuevas, sino sobre todo para la fraternidad. El conocimiento de la
Doctrina Social de la Iglesia es un medio muy importante para afinar la
sensibilidad, promover la corresponsabilidad y velar por la protección de los
derechos de las personas (trabajo, sanidad, vivienda , etc.), así como para
denunciar, si fuera necesario, la violación de los mismos. Como dijo el beato
Juan Pablo II:«La catolicidad
no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino
también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su
pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial,
y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente
compromiso de promover sus derechos inalienables»
- Que la
sociedad española contribuya con el Gobierno a la promoción de acciones de
cooperación y desarrollo, de paz y de democracia, en los países de donde provienen muchos de nuestros inmigrantes. La
solidaridad de Europa puede ser decisiva para la mejora social y política en
los países de origen de los inmigrantes.
- Construir
una sociedad mejor en nuestro territorio es solo una parte de la solución.
Se ha de trabajar por un orden económico
internacional que no genere pobreza sobre pobreza, sino que ayude a superarla.
Ello implica invertir con sentido social en el sur, especialmente en África,
para crear medios de vida allí, y no solo para lograr beneficios a su costa
aquí.
- Seguir
abogando para que no se niegue el auxilio y la asistencia a los inmigrantes
en situaciones de peligro para la vida, para que no se llegue a penalizar
la asistencia humanitaria a los mismos, para que sean tratados siempre con el
debido respeto, para que nunca se den detenciones arbitrarias, para que se
busquen alternativas más dignas a los Centros de Internamiento, y para que
los internos gocen de la atención social y religiosa necesaria.
- Que aquellos
españoles, que ahora se ven obligados a emigrar por la falta de trabajo,
sepan que encontrarán siempre abiertas las puertas de nuestras misiones
católicas en Europa, como lo hicieron en otros momentos.
6. Con María,
nuestra Madre.
Reconozcamos en los emigrantes, aunque hablen otro idioma, sean de otro color o tengan otros rasgos faciales, el rostro de Cristo, el rostro de un hermano. Que la pluralidad de sus identidades culturales no sea motivo de división, sino de enriquecimiento para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia, que deseamos que sea, cada vez más, lugar de acogida y comunión para los mil rostros de Cristo.
Y que María,
emigrante forzosa en Egipto, nos ayude a hacerlo realidad e interceda por
nosotros.
Los obispos de
la Comisión Episcopal de Migraciones
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