domingo, abril 05, 2015

Nuestra opinión en papel


 "DESDE EL GRITO DE LAS PERIFERIAS HASTA JESÚS, EL CRISTO"

     Las circunstancias en las que Cristo pronuncia las palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonada?” están descritas en el Evangelio de Marcos (15, 33-35) y de Mateo (27, 45-47) con tintes, sin duda, dramáticos, pero esperanzados. Las grita (las palabras) desde la cruz, poco antes toda la región se quedó en tinieblas (alcance universal y cósmico) aunque fueran las tres de la tarde; además los evangelistas las trasmiten en la misma lengua de Jesús: “Elí, Elí, ¿lamá sabaktaní?” Los oyentes decían que estaba llamando a Elías.

      No cabe duda: es un grito de auténtica angustia que de ninguna manera se puede endulzar o suavizar. Expresa la experiencia más radical y solitaria de sufrimiento humano y, sin embargo, el que las pronuncia no deja de agarrarse fuertemente a Dios al que llama por dos veces Dios mío. El lamento brota del alma y trasciende las circunstancias concretas del momento para convertirse en la voz desgarrada de los que sufren en todos los tiempos y se aferran a Dios como su única y absoluta defensa.


      Digo lo mismo de una manera más concreta: la oración de Jesús (¡y qué gran oración!) recoge e ilumina la del literato que ve que la gente lee las revistas del corazón y no las historias reales de la vida y la del militante obrero ante el espectáculo de sus compañeros vendiéndose por un plato de lentejas. El grito de Jesús de Nazaret en la cruz sustenta y alienta la palabra profética y perseguida del subsahariano de la patera, del político honrado, del trabajador accidentado sin respaldo legal, del joven obrero que tiene un contrato de cuatro horas diarias y trabaja doce, de los padres del cocainómano, del cura que comprueba que algunos feligreses prefieren los ritos y las procesiones a la fraternidad, de la madre que pierde al hijo en la carretera y del enfermo de cáncer en fase terminal. Es el grito de la calle, de la vida, del tajo, de Cristo. Sin duda, en ese grito había mucha luz y esperanza que vino a expresarse espléndidamente en el mandato del Maestro cuando pide a sus discípulos que lo vayan a buscar a Galilea.

     Porque el Evangelio es para vivirlo y celebrarlo en Galilea. A. Machado dice esto mismo de otra manera, por supuesto, más poética: “¡No puedo cantar, ni quiero/ a ese Jesús del madero/ sino al que anduvo en el mar!”. 

      Las orillas del lago de Galilea traían a los discípulos los primeros recuerdos de Jesús. Conocerlo allí los entusiasmó de tal modo que lo dejaron todo y lo siguieron (Marcos 1, 18). Allí empezó todo (Hechos 10, 37). La Buena Noticia dio sus primeros pasos a orillas del mar. Galilea es hablar de acogida, llamada, alivio del sufrimiento, curación de los males, comienzo de una nueva etapa…

   ¡Qué significado tan esclarecedor tiene aquel joven vestido de blanco proclamando a aquellas apesadumbradas mujeres (María Magdalena, María la de Santiago y Salomé) que buscaban a Jesús en el sepulcro: “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de vosotros a Galilea: allí lo veréis, tal como os dijo”! (Marcos 16, 1-8).

     Este texto tiene una importancia enorme y llena la Semana Santa, la Pascua de Resurrección y el seguimiento del discípulo. Los cristianos de hoy y de siempre hemos de buscar a Jesús en Galilea (y no tanto en Jerusalén). ¿Por qué? Porque Galilea es el lugar donde empezó algo totalmente nuevo, porque allí están las periferias, porque está llena de parados, emigrantes, prostitutas y consumidores de droga. Ésta es la Galilea de toda geografía: la de los gentiles, pecadores y paganos (Mateo 4, 15). ¿Dónde está la Galilea de los cristianos y de los hombres y mujeres de buena voluntad? Volver a Galilea es retornar al primer amor (Apocalipsis 2, 4). Allí encontramos y celebramos a Cristo Resucitado como una nueva oportunidad de seguir a Jesús en el mar tenebroso de la historia de tantos crucificados. ¿Para qué buscamos por otros derroteros?

    Termino citando al Papa Francisco: “La resurrección de Cristo no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable… Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección” (La alegría del Evangelio 276)


Antonio Hernández-Carrillo Lozano
Consiliario de la Hoac de Granada
(Publicado el 05-Abr-15. Ideal de Granada)


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