En los próximos días celebraremos la Semana Santa. Serán muchos los pasos que saldrán a la calle con el Cristo crucificado y, sin duda, miles y miles de personas en las calles aplaudirán al son de la música. En este contexto creo que no viene mal hacer una breve reflexión sobre su significado más profundo. El Cristo crucificado es el ejemplo de una vida entregada y de una muerte inducida y organizada por los poderosos de su tiempo. Hoy sigue habiendo crucificados, son los don nadie, que vemos muchas veces por las calles y plazas de nuestras ciudades y pueblos.
Me refiero a esas personas que, por vivir en determinadas zonas del planeta, están condenados a morir ante los desastres naturales, fruto de la manipulación originada por los grandes de este mundo o por políticos corruptos. Son las víctimas de la guerra, del hambre: los refugiados políticos, que deambulan o malviven por los distintos países mientras que se les cierran las fronteras. Son los que mueren en nuestras costas buscando un mundo donde poder vivir con dignidad y en paz. Mientras miramos el trono del Cristo en las calles recordemos el texto del Éxodo “No maltratarás al forastero, ni le oprimirás pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto” (22, 20).
Son también don nadie, aquellos trabajadores sometidos a horarios abusivos, que no disponen de tiempo para la vida familiar o social, convertidos en esclavos del trabajo. El papa Francisco dirá que “no se puede definir justa a una sociedad en la que tantos no logran encontrar una ocupación y tantos están obligados a trabajar como esclavos” (Homilía de 10.5.2013). También están entre los don nadie los parados de larga duración, que forman parte de la lista de excluidos de nuestra sociedad o los que teniendo trabajo, en muchos casos precarios, continúan siendo pobres (fenómeno nuevo en nuestra sociedad) o los sin techo que, a pesar de tener en algunos casos trabajo, no tienen vivienda donde cobijarse o los que llaman ilegales, que, al no tener trabajo, tampoco tienen derecho a regular su situación o las mujeres que viven solas o han de sacar a su familia adelante porque no hay más ingreso familiar nada más que el suyo.
Ellos son los crucificados de nuestro tiempo. No basta con que miremos la cruz. Si queremos vivir una verdadera Semana Santa, abramos bien los ojos y veamos en la cruz de Cristo a tantos crucificados cercanos y lejanos e intentemos calmar su dolor, su sufrimiento y las causas que originan estas situaciones. Como personas estamos llamados a vivir con profunda humanidad y acompañar a que otros también puedan hacerlo. Como cristianos vemos en el Cristo crucificado el rostro de todos los don nadie. Jesús nos invita a cargar esa cruz, y a trabajar junto a ellos para construir su Reino. Un Reino de justicia y de paz, que nos llama a que seamos hermanos y vivamos en comunión.
Por último, recordemos que el Cristo crucificado ha resucitado y esa es la señal que anuncia que el bien ha vencido al mal. El papa Francisco nos dice: “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable…Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a brotar y a difundirse (EG 276).
Trinidad Rodríguez Moreno
Militante Hoac de Granada
Publicado en Ideal de Granada ( 7/4/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario