jueves, febrero 09, 2017

En torno al futuro del trabajo y de los desempleados.


Nuestra opinión en papel



Nos hemos acostumbrado a hablar de millones de parados (más de 12 millones en la Unión Europea) de los cuales, el 62% lleva más de dos años seguidos en paro. En España, la EPA de octubre del pasado año daba la cifra de 4.320.800 personas desempleadas.

La OIT, en su informe “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo” dice que para 2019 serán 212 millones las personas desempleadas, frente a los 201 millones actuales.

Los datos parecen poner de manifiesto que cada vez son más los solicitantes que no consiguen acceder a un puesto de trabajo, lo que nos lleva a una situación nueva: “la existencia irreductible de una población compuesta por millones de personas que están fuera del trabajo, a pesar de las múltiples tentativas desplegadas en el nivel de las políticas de empleo y del tratamiento social de la desocupación, y a pesar también de las alternancias políticas” (Robert Castel)

Según Eurostat, cada año, una quinta parte de los Parados de Larga Duración (PLD) se desmoralizan tras infructuosos esfuerzos en busca de empleo, pasando a una situación de inactividad y no participación en programas de activación para el empleo. El problema fundamental con el PLD es que el hecho de estar desempleado, que debería ser una situación pasajera, pase a ser un estado permanente para millones de personas excluidas del trabajo.

Ante esta situación, la Iglesia defiende que el trabajo es una dimensión fundamental de la persona.

Siendo así, el trabajo, debe ser valorado por lo que aporta al trabajador en su proceso de humanización, en su proceso de construirse en coherencia con el ser que le ha sido dado. Ésta actividad creadora también tiene una importante dimensión social, porque además de procurarse el pan cotidiano, contribuye “al continuo progreso de las ciencias y de la técnica y, sobre todo, a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad de hermanos” (Laborem Exercens 1).

Tomando la realidad actual, creemos necesario repensar el trabajo. No podemos permitir que tantas personas se vean privadas de la posibilidad de ejercer su vocación colaborando al desarrollo de la humanidad, mediante la creatividad y el don. Necesitamos avanzar hacia un trabajo que ayude a construir relaciones de comunión, ya que todo trabajo se hace con alguien y para alguien y en todo trabajo se establecen relaciones humanas, que pueden ser de colaboración o de conflicto. Relaciones mediadas por la voluntad y la libertad de la persona.

Para ello, vemos necesario: fomentar actitudes de austeridad que nos lleven a compartir la vida y la lucha de los sin trabajo. Comprender lo que significa hoy la justicia peleando por más trabajo y mejor trabajo. Recuperar el valor del trabajo más allá del empleo: Distribuir de manera justa y digna el empleo y reconocer socialmente todos los trabajos de cuidado necesarios para la vida humana. Generalizar la participación de los frutos del trabajo. Romper la actual lógica de pensar y organizar el trabajo poniendo en el centro a la persona, no la economía y los intereses de unos pocos. Y repensar la empresa, que genere trabajo respetando el tiempo personal, de descanso, familiar y espiritual.

Todos tenemos la obligación moral de cargar con los arrojados a las cunetas y de curar sus heridas. Y debemos luchar por un trabajo decente, “que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer…” (Caritas in Veritate. 63).


Carmen Castañeda Pérez
Militante Hoac de Granada
Publicado en Ideal de Granada ( 7/2/17)

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